25.10.06
LEYENDAS

Leyenda del maíz
Los indios aztecas adoraban al dios Quetzalcóatl, nombre que significa Serpiente Emplumada.Dicen que antes de la llegada de ese dios, los aztecas no tenían maíz y sólo comían raíces y animales que cazaban.-El maíz está escondido detrás de esas montañas. Los antiguos dioses intentaron separar las montañas con su colosal fuerza pero no lo lograron -le contaron los indios a Quetzalcóatl.-Yo se los traeré -les prometió.El poderoso dios no empleó la fuerza, sino la astucia. Se transformó en una hormiga negra y con ayuda de una hormiga roja, marchó a las montañas. Fue difícil el camino y grandes los esfuerzos. Pero Quetzalcóatl sentía tanto amor por su pueblo que no se dejó vencer por el cansancio.Al llegar donde estaba el maíz cogió un grano maduro en sus fuertes mandíbulas y emprendió el regreso.-Aquí está lo prometido. Los aztecas plantaron la semilla. Desde entonces se siembra y cosecha el preciado grano, que aumentó sus riquezas, se volvieron más fuertes, construyeron ciudades, palacios, templos... Y vivieron felices.Es por eso que los aztecas veneraron al generoso Quetzalcóatl, el dios amigo de los hombres.

Leyenda de la flor de ceibo
Anahí, era la india más fea de una belicosa e indomable tribu, pero su voz tenía las sonoridades
más bellas. Su humilde choza estaba a orillas del inquieto Paraná. Habiendo caído prisionera en una de las frecuentes incursiones de sus indios, fue condenada una noche a morir ardiendo en una hoguera, por haber dado muerte al centinela que la vigilaba. La horrible sentencia se cumplió y cuando las llamas habían comenzado a besar su cuerpo, algo extraño se notó en él, y los verdugos huyeron espantados, pues la delicada figura y el árbol al que fuera atada se agitaban como nunca habían visto cosa igual. A la mañana siguiente, los indios vieron que ni rastros habían quedado de la hoguera, y que un inmenso árbol se erguía en el lugar, con flores purpurinas en las desnudas ramas. Habían nacido el seibo y su flor, que encarnaba a la india y a su tribu. Es la flor triste y solitaria de la veneración -ha dicho alguien- y en su forma viva palpita una oculta ternura. El alma de Anahí, la reina fea de la dulce voz, se anida en la Flor del Seibo.

Leyenda del palo borracho
A este extraño árbol, con forma de botella, ciertas tribus de la zona del río Pilcomayo, lo llaman "Mujer" o "Madre pegada a la tierra" .En una antigua tribu que vivía en la selva, había una jovencita muy linda, a la cual codiciaban todos los hombres, pero ella sólo amaba a un gran guerrero. Y se enamoraron profundamente... hasta que cierto día la tribu entró en guerra. El partió a la contienda y ella quedó sola prometiéndole amor eterno... Pasó mucho tiempo y los guerreros no volvían... mucho tiempo después, se supo que ya no lo harían.
Perdido su amor... la joven cerró todo sentimiento pues la herida abierta en su corazón ya no podría sanar... Se negó a todo pretendiente... Una tarde se internó en la selva, entristecida, para dejarse morir...
Y así la encontraron unos cazadores que andaban por allí... muerta en medio de unos yuyales. Al querer alzarla para llevar el cuerpo al pueblo, notaron, asombrados que de sus brazos comenzaron a crecer ramas y que su cabeza se doblaba hacia el tronco. De sus dedos florecieron flores blancas. Los indios salieron aterrados hacia la aldea.
Unos días después, se internaron los cazadores y un grupo más al interior de la selva y encontraron a la joven, que nada tenía de muchacha, sino que era un robusto árbol cuyas flores blancas se habían tornado rosas. Comentan que esas flores blancas lo eran por las lágrimas de la india derramadas por la partida de su amado y que se tornaban rosas por la sangre derramada por el valiente guerrero.


Leyenda de la yerba mate
De noche Yací, la luna, alumbra desde el cielo misionero las copas de los árboles y platea el agua
de las cataratas. Eso es todo lo que conocía de la selva: los enormes torrentes y el colchón verde e ininterrumpido del follaje, que casi no deja pasar la luz. Muy de trecho en trecho, podía colarse en algún claro para espiar las orquídeas dormidas o el trabajo silencioso de las arañas. Pero Yací es curiosa y quiso ver por sí misma las maravillas de las que le hablaron el sol y las nubes: el tornasol de los picaflores, el encaje de los helechos y los picos brillantes de los tucanes.
Pero un día bajó a la tierra acompañado de Araí, la nube, y juntas, convertidas en muchachas, se pusieron a recorrer la selva. Era el mediodía y, el rumor de la selva las invadió, por eso era imposible que escucharan los pasos sigilosos del yaguareté que se acercaba, agazapado, listo para sorprenderlas, dispuesto a atacar. Pero en ese mismo instante una flecha disparada por un viejo cazador guaraní que venía siguiendo al tigre fue a clavarse en el costado del animal. La bestia rugió furiosa y se volvió hacia el lado del tirador, que se acercaba. Enfurecida, saltó sobre él abriendo su boca y sangrando por la herida pero, ante las muchachas paralizadas, una nueva flecha le atravesó el pecho.
En medio de la agonía del yaguareté, el indio creyó haber advertido a dos mujeres que escapaban, pero cuando finalmente el animal se quedó quieto no vio más que los árboles y más allá la oscuridad de la espesura.
Esa noche, acostado en su hamaca, el viejo tuvo un sueño extraordinario. Volvía a ver al yaguareté agazapado, volvía a verse a sí mismo tensando el arco, volvía a ver el pequeño claro y en él a dos mujeres de piel blanquísima y larguísima cabellera. Ellas parecían estar esperándolo y cuando estuvo a su lado Yací lo llamo por su nombre y le dijo:
- Yo soy Yací y ella es mi amiga Araí. Queremos darte las gracias por salvar nuestras vidas. Fuiste muy valiente, por eso voy a entregarte un premio y un secreto. Mañana, cuando despiertes, vas a encontrar ante tu puerta una planta nueva: llamada caá. Con sus hojas, tostadas y molidas, se prepara una infusión que acerca los corazones y ahuyenta la soledad. Es mi regalo para vos, tus hijos y los hijos de tus hijos...
Al día siguiente, al salir de la gran casa común que alberga a las familias guaraníes, lo primero que vieron el viejo y los demás miembros de su tevy fue una planta nueva de hojas brillantes y ovaladas que se erguía aquí y allá. El cazador siguió las instrucciones de Yací: no se olvidó de tostar las hojas y, una vez molidas, las colocó dentro de una calabacita hueca. Buscó una caña fina, vertió agua y probó la nueva bebida. El recipiente fue pasando de mano en mano: había nacido el mate.

 
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